domingo, 15 de febrero de 2009

EL ALMACEN DE MUÑECOS


Fotografía y cine han contribuido enormemente a que la gente tenga conciencia de hechos que hasta hace pocos años quedaban aislados y fuera del alcance de los ojos de la mayoría.
La sociedad cambia y enfoca los problemas de forma diferente al adquirir mayor cultura e información, pero el modelo de belleza y perfección condiciona aún y es motivo de aislamiento de muchos.
Se confiesa mucha lástima hacia los seres que sufren o discapacitados, pero nada cambia si no hay la capacidad de aceptarlos como seres humanos con el derecho a una vida digna y a su integración a la sociedad.


Alrededor de 500 niños huérfanos viven en una estructura estatal en Ho Chi Minh en Vietnam. Son niños con todo tipo de lesiones conocidas y hasta desconocidas, víctimas de los errores de la naturaleza y de obscuras prácticas pesticidas militares.
Viven confinados en esta institución como un deposito de muñecos rotos; no les falta lo esencial y son seguidos por muchos voluntarios que además de la rutina diaria del comer y asearlos, los entretienen con juegos. No comparten la vida con otros niños sanos y su independencia es nula. Mañana, cuando sean mayores, pasarán a otra institución almacén; no estarán en la calle a la merced de sí mismos, donde no tendrían opción alguna; seguirán no existiendo para la sociedad.

No es cuestión de no querer ver por la conmoción que provoca, es cuestión de aceptar no obstante el sentimiento.

jueves, 5 de febrero de 2009

HABIA UNA VEZ.... UN JOVEN PELUQUERO


Había una vez....un joven peluquero en Camboya.

En las proximidades de Angkor vivía un joven peluquero en su pequeño establecimiento. Sentaba a sus clientes en el sillón profesional para cortes y afeitados y a la noche dormía en un rincón escondido detrás de un biombo.
Al final de un día de poco trabajo, igual de escaso que los restantes días de la semana y del mes, se paró en la puerta de su vivienda-negocio a disfrutar del atardecer. Su pasatiempo favorito era mirar el desfile de turistas hacia sus hoteles tras la visita de los templos.


Rezagado venía un joven occidental que de turista tenía poco pues acarreaba con todos los enseres de su profesión de fotógrafo y con cara de quien no ha tenido un día acertado con el botón de la cámara.
El joven peluquero tenía gran curiosidad por esos occidentales, por su apariencia de vida resuelta, de festín de yo puedo, de colores y cultura distintos, de babel de idiomas que para él eran sólo sonidos incomprensibles.


Esa noche su curiosidad recibió un sobresalto cuando el fotógrafo se paró frente a él con aire de pregunta y falta de algo.
Era la oportunidad para poder observar de cerca alguien como él y al mismo tiempo tan distinto. Con el lenguaje universal de las manos lo invitó a entrar y, mientras buscaba por todos lados, ya no pudo frenar su curiosidad y se lanzó a hablar, a preguntar lo habitual en estos casos.

Esto fue lo que supuso el fotógrafo, esto es lo que suponemos todos cuando el idioma nos es completamente extraño y hay que dejarse guiar por la mímica de la cara, de las manos, de toda la persona.

El resultado fue una gran cantidad de sonidos encerrados en códigos secretos para ambos y un relucir de dientes en sonrisas de disculpa.


Entonces el peluquero buscó su mejor camisa e invitó al extranjero a seguirlo y ambos se fuero a la búsqueda de la resolución. Por el camino encontraron el amigo basurero que se unió a ellos en la caza del tesoro. Un chiringuito con una sola mesa y dos sillas destartaladas era la cruz marcada en el mapa, el sitio donde encontrar tabaco y cerillas y donde apagar la sed de la curiosidad con tres cervezas y salir del paso del atolladero lingüístico.


Al día siguiente el joven fotógrafo se subió a una calabaza que se transformó en un grandioso jet a la hora señalada. Así volvió a su cómoda demora con dos comidas diarias más desayuno y té y las cuentas varias a pagar de luz, gas, seguros y tasas.

Y colorín, colorado este cuento se ha acabado. Moral: mejor evitar el seco no tengo tiempo cuando alguien con modo afable nos dirige la palabra con códigos incompresibles.