sábado, 11 de julio de 2009

EL ULTIMO ALETEO


No se por donde andan las mariposas en Frankfurt. Llego al río o al centro vagabundeando por parques, rodeada por árboles grandiosos, conejos que aparecen de chisteras invisibles y patos vividores de comida gratis. Los mirlos ya están tan urbanizados que a dos pasos de mi andar ni se molestan en tomar vuelo, sólo interrumpen su escarbar en búsqueda de gusanos con aire francamente molesto hacia mi persona; la competencia es grande, hay que llevar la comida a casa y yo un posible peligro que necesita un mínimo de atención. Flores hay esparcidas un poco por aquí y por allí, pero ni rastro de mariposas.


El cielo se cubre periódicamente de nubarrones dignos de películas de invasores de la Tierra; descargan todo el contenido y aliviados corren hacia otros pagos descubriendo así un cielo azul y ninguna nave madre, pero tampoco ninguna mariposa.
Hoy me asfixio de calor y a la mañana siguiente hago la compra en el mercado entre gente que impertérrita toma vino sentada con aire de verano, con calcetines de lana y toda la parafernalia de un termómetro que le cuesta superar los 18º C., entre tomates y cerezas recogidas con pinzas para depilar las cejas para poder justificar su precio; pero no hay destellos de colores ni batir de efímeras alas.
Las mariposas deben de haber emigrado a otras tierras de promesas, a la búsqueda de un hábitat puro sin cambios climáticos hostiles para ellas. Seres tan delicados y frágiles cuanto bellos y efímeros.