domingo, 28 de junio de 2009

LOS SENTIMIENTOS DE LA TIERRA


De paso por Marsella y yendo en coche, me topé con la torre proyectada por la arquitecta Zaha Hadid. La Tierra expulsó el edificio en un golpe de tos violento que lo disparó en vertical para así librarse de los coches que continuamente le rozan un flanco.

En Rio de Janeiro crucé en ferry hasta Niteroi para llegar hasta el Museo de Arte Contemporáneo. En Niteroi la Tierra suspiró, y por medio de Oscar Niemeyer, surgió un enorme champignon contrapuesto a las colinas de fondo de Rio: es el Museo de Arte Contemporáneo. Por hallarse en cambio de exhibición, tuve que conformarme con apenas un esbozo del interior. En la pequeña librería no me dejé llevar por la intuición y ahí quedó un pequeño librito sobre ideas y juicios de este arquitecto, pero una larga ojeada fue suficiente para quedarme con sus críticas acérrimas respecto a la Bauhaus. Según él sólo tenían reglas y las reglas son cosa mala, de lo peor por lo tanto hay que infringirlas.


En mi época de estudiante, la Bauhaus era como un templo divino para casi todos. Cierto que en cada período hay corrientes que arrastran con todo y con todos, especialmente cuando determinan una ruptura con algo. Luego la experiencia y las nociones se acumulan y los juicios se hacen, o deberían, más personales e independientes; tendría que ser el contraataque a la uniformidad. Nieyemer sigue yendo con su arquitectura por donde él quiere; con sus curvas, con sus ideas, con sus formas singulares.

El Museo sorprende y hasta el gran espacio circundante está suspendido en el silencio ante su sinuosidad y el gran telón de fondo de la "cidade maravilhosa".

martes, 16 de junio de 2009

TELENOVELAS Y PIRUETAS AMAZONICAS


Las telenovelas brasileras son inocuas para el estándar europeo de TV donde la gente se puede alimentar de la suposición y del análisis de la suposición, además de la tendencia apocalíptica para todo, sea serio o supuesto; la cuestión es armar mucho barullo. En las telenovelas brasileras se tarda una semana para abrir una puerta, y cuando por fin la puerta está abierta, se cae en la cuenta que sigue no pasando nada salvo muchas muecas y miradas muy elocuentes. Adjuntado al tiempo de publicidad, yo me descubro con más arrugas mientras por lo contrario algunos actores hasta han rejuvenecido y alisado en el mismo periodo. En las comunidades televisadas del delta del Amazonas la gente anda un poco a lo Matrix, siguiendo a rajatabla la programación del marketing que guía la forma de vivir, de vestir y hasta de los juegos de los niños.

Donde la electricidad llega, surge el satélite tamaño paellón con la nariz apuntada con fiereza al zenit; tiene aspecto de chupar todas las ondas, hasta las extraterrestres. En las comunidades a base de generador todavía impera la radio y la falta de imagen libra a sus habitantes del modelo imperante; entonces cualquier acontecimiento sirve para socializar, para salir de la soledad, para integrarse con el mundo.


Por estas comunidades conocí a un hombre que decía estar avergonzado por ser él el único en la familia a no saber ni leer ni escribir. Era un hombre todavía joven y espabilado, de una inteligencia innata y una hospitalidad enorme. Vivía con su familia en una casa a la cual llegar me costó una prueba de funambulismo sobre un tronco infinito de palmera medio flotando sobre el agua. Para colmos la marea estaba baja y el muelle para acceder a la casa estaba en el quinto pino. A falta de ascensor había un tablón como escalera cuyos peldaños eran buenos para macacos expertos. Ante mi desesperación me ofreció una manaza que me llevó a tierra firme de un salto con una sonrisa de bienvenida; luz había poca y así todo parecía más difícil. Luego, recompuestas las ideas, me atiborré del mejor açaí recién triturado y peces que parecían la versión fluvial de Batman.

Para los niños todo era fácil a la hora de buscar juegos; cuando no hay terreno para correr detrás de una pelota bueno es el río para experimentar volteretas. Que mejor reality show del paisaje circundante con todos sus habitantes: los visibles y el murmullo de los escondidos.

sábado, 13 de junio de 2009

COCTEL AFRO-ALEMAN


No soy especialista en festivales de música ni de ningún otro tipo; pero mi paso por alguno me ha dejado la idea que todo amasijo de gente con quioscos y tenderetes de historias varias terminan por el mismo camino mezcla de Woodstock-style vestimenta y comida a gogó y música. La Fiesta de la Humanidad celebrada en París el año pasado era como el caldero donde se juntaban todos los ingredientes para el cocido universal.

Hay un cierto aire de nostalgia aunque no entiendo de que tendríamos que penar: si todo tiempo pasado fue mejor o si por lo contrario se nos acabaron las pilas y la masa gris se agotó para algo innovador. La sorpresa está en las colinas de viñedos estructurados conforme a la norma Din correspondiente que rodean a Würzburg en Alemania, donde vive por tres días el mayor festival de música africana en Europa. Se dice que los opuestos se atraen, pero como casar el orden con el caos? El resultado puede ser una parida híbrida un tanto rara. Pero no se espera matrimonio alguno aunque varios occidentales deambulen con peinados y vestimentas adquiridas por turismo o por trabajo en Ong con presencia en el continente africano. El festival es sólo echar un vistazo, abrir una ventana donde asomarse sobre música, artesanía y gastronomía africana porque el verdadero espíritu queda encerrado en su lugar de origen.


En los conciertos me desperté de la modorra con la maliense Sangare y me encontré en una coctelera a base de mucho vodka con Salif Keita, no paré de moverme.

“Nuestras fotos”de los albinos estuvieron terriblemente mal expuestas en la biblioteca pública, las impresiones eran buenas y el resto parecía cosa de principiante. Salif Keita dio plantón al panel de discusión sobre los albinos, a nosotros para un portrait y a una periodista de la Deutsche Welle para un reportaje. Un gran aliciente para quien se dedica a la imagen y la comunicación, aún más cuando había una promesa firme de su presencia.